Iatrogenia en el deporte (I) ¿Nuestra intervención es siempre beneficiosa?
Una introducción a la iatrogenia en las ciencias del deporte
Querido/a colega de profesión:
Si estás leyendo esto, es muy probable que tengamos algo en común: el movimiento y la fisiología humana, y de forma particular el interés por el estudio de cómo se expresan en el contexto del alto rendimiento deportivo. Como profesionales de las ciencias del deporte –ya seas preparador/a físico/a, fisioterapeuta, readaptador/a o te dediques a cualquier disciplina afín–, la principal motivación de nuestro trabajo es la de colaborar en conseguir los objetivos deportivo. Invertimos nuestro tiempo y nuestra energía en formarnos para ofrecer lo mejor a nuestros deportistas, buscando optimizar el rendimiento, prevenir lesiones y facilitar la recuperación. Sin duda, estas son unas intenciones nobles.
Pero, ¿y si te dijéramos que, a pesar de este compromiso y conocimiento, algunas de nuestras intervenciones podrían tener consecuencias no deseadas o incluso perjudiciales para los deportistas? Aquí es donde entra en juego un concepto que, aunque fundamental en la práctica clínica, no ha aparecido en los debates entre los profesionales del deporte: la iatrogenia. Profundicemos en este término.
La palabra iatrogenia deriva del griego iatros (médico o sanador) y -genia o -génesis (crear, engendrar, producir u originar).
Literalmente, significa "engendro médico" o "provocado por el médico o sanador". Se interpreta como un estado o condición dañina originada por la intervención de un profesional de la salud. Aunque el término iatrogenia fue empleado por primera vez, según se conoce, en 1924 por Eugen Bleuler, la conciencia sobre el potencial daño de las acciones sanitarias se remonta a épocas anteriores. Por lo que hemos podido leer, ya el código mesopotámico de Hammurabi (hacia 1760 a.C.) reflejaba mecanismos de defensa social ante errores médicos, y el célebre aforismo hipocrático Primum non nocere (primero no hacer daño) subraya esta preocupación desde la antigüedad. Algo que perdura hasta nuestros tiempos.
En la actualidad, la iatrogenia se entiende como un daño no deseado ni buscado en la salud, causado por un acto profesional legítimo y avalado, destinado a curar o mejorar una condición. Es una alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el profesional, con un carácter no intencional y, en ocasiones, inconsciente.
Quizás al leer estas líneas venga a tu cabeza la idea de la mala praxis profesional, pero es crucial distinguirla de la iatrogenia. Mientras que la mala praxis implica un daño ocasionado por una acción equivocada, mal empleo de la técnica, impericia o desconocimiento, la iatrogenia es una consecuencia o efecto negativo de una acción que se considera correcta, adecuada o indicada según el conocimiento del momento. Esta segunda se vincula más con la bioética y la reflexión sobre los límites y efectos de nuestras intervenciones, mientras que la mala praxis tiene connotaciones legales. Puede existir iatrogenia sin mala praxis, y es precisamente en ese terreno donde queremos centrar nuestra reflexión.
El objetivo de esta primera entrega es abrir un espacio de diálogo y reflexión crítica sobre cómo este concepto puede manifestarse en nuestro ámbito, el de las ciencias del deporte. Ahora, definido el término, vayamos paso por paso.
Adaptemos el término al deporte
Si bien la iatrogenia nace y se define en el seno de la medicina, su relevancia se extiende a cualquier profesión que intervenga sobre la salud y el bienestar de las personas. Es un término que raramente escuchamos asociado directamente a nuestra labor, y quizás por ello más necesario de explorar. ¿Cómo se traduce esto a nuestro trabajo diario con deportistas, ya sea en el gimnasio, en la camilla, durante una sesión de readaptación o en la planificación del entrenamiento específico del deporte?
Nos centraremos especialmente en aquellas intervenciones complementarias o coadyuvantes que realizamos fuera de la práctica técnico-táctica específica del deporte. Hablamos de programas de mejora de las capacidades físicas, la restauración de los valores basales de diferentes sistemas, el uso de ejercicios compensatorios, terapias manuales, valoraciones posturales o de movimiento, indicaciones técnicas, etc.
La iatrogenia en el deporte no siempre se manifestará como un efecto adverso físico evidente (aunque podría), sino que puede adoptar formas más sutiles:
Podríamos hablar de una iatrogenia clínica o física si un programa de ejercicios mal diseñado o una técnica de terapia manual inadecuada (incluso si es "correcta" en teoría para una condición, pero no para ese individuo en ese momento) provoca dolor, una lesión o un retraso en la recuperación. Incluso aunque las consecuencias no se observen en el instante de aplicación.
Podríamos destacar también una potencial iatrogenia social, donde la mirada del experto tiende a medicalizar o problematizar aspectos del movimiento o de la condición física que son simplemente variaciones de la norma. ¿Necesita todo deportista ser sometido a la misma batería de test? ¿Es relevante para el rendimiento deportivo corregir algunos patrones de movimiento identificados como inadecuados o ineficientes? ¿Cuándo una optimización se convierte en una búsqueda obsesiva de una perfección inexistente?
También una iatrogenia cultural deportiva, donde se fomenta una dependencia de ciertas técnicas, tecnologías o suplementos, creando una cultura donde el deportista siente que no puede rendir o estar sano sin ellos, perdiendo autonomía. Pensemos en la obsesión por ciertas métricas o bio-hacks sin un entendimiento profundo de su utilidad real. ¿Necesitan todos los deportistas incorporar suplementación de base a su dieta? Si damos a nuestros deportistas cafeína precompetición ¿generamos una dependencia a esta sustancia? ¿Qué ocurre el día que no se dispone del material si nuestros deportistas asocian un protocolo de potenciación post activación con cargas elevadas con mejor rendimiento?
Y, quizás una de las más prevalentes y menos reconocidas, la iatrogenia psicológica deportiva. Esta se produce por la mala utilización de recursos que actúan predominantemente por la vía psicológica: la forma en que comunicamos un hallazgo en una valoración, las etiquetas que utilizamos (hombro inestable, tendón degenerado, CORE débil), el exceso de información o la información contradictoria, pueden generar miedo al movimiento (kinesiofobia), ansiedad, dependencia, o un efecto nocebo que condicione negativamente la percepción del deportista sobre su propio cuerpo y capacidades.
Reconocer estas potenciales vertientes es el primer paso para una práctica más reflexiva y, en última instancia, más beneficiosa.
El hilo conductor
Para ilustrar cómo estas ideas pueden tomar forma en la realidad, permitidnos que os presentemos a Álex. Álex es un jugador de baloncesto amateur de 28 años, apasionado por su deporte. Juega dos veces por semana y le gustaría mejorar su salto vertical y, de paso, prevenir unos dolores lumbares leves y esporádicos que a veces siente después de los partidos más intensos.
Los objetivos son claros. Por lo que Álex decide buscar asesoramiento de preparador físico y de un fisioterapeuta reconocidos por sus logros con deportistas de alto rendimiento. Tras una primera toma de contacto, el equipo de profesionales propone una valoración exhaustiva: análisis postural en bipedestación, valoración del rango de movimiento de las articulaciones de interés, tests de fuerza isométrica y dinámica de los miembros inferiores y una batería de saltos.
Al finalizar la sesión se le explica a Álex los hallazgos observados:
Una anteversión pélvica moderada y un psoas acortado bilateralmente.
Una debilidad significativa en el glúteo medio derecho en comparación con el izquierdo.
Un déficit de flexión dorsal en el tobillo izquierdo que podría estar compensando en su salto.
Unas escápulas ligeramente aladas al realizar una flexión de brazos.
A partir de aquí, y con la mejor de las intenciones, se diseña un programa de entrenamiento muy detallado que se combinará con algunas sesiones en camilla. Este incluye una serie de ejercicios correctivos para favorecer una mejor activación de glúteos, estiramientos para el psoas, ejercicios de movilidad para el tobillo, y trabajo específico para la estabilidad escapular. Además, le aconseja prestar mucha atención a mantener una pelvis neutra durante sus sentadillas y al aterrizar sus saltos.
Las primeras sombras
Álex, como deportista comprometido y confiando plenamente en la experiencia de los profesionales se toma muy en serio el programa. Cada día, antes de su entrenamiento de baloncesto o en días alternos, dedica entre 30 y 40 minutos a realizar meticulosamente todos los ejercicios prescritos.
Sin embargo, al cabo de unas semanas, empiezan a surgir algunas sombras:
Hiperconciencia y ansiedad: Álex se encuentra pensando constantemente en si está activando bien el glúteo en cada movimiento, si su pelvis está realmente neutra o si su tobillo se mueve como debería. Cada sentadilla en el calentamiento o cada salto en el partido se convierte en un autoexamen mental agotador.
Miedo al movimiento (kinesiofobia sutil): este autoanálisis provoca el desarrollo de un cierto temor a moverse de forma incorrecta. Si un día no tiene tiempo para sus correctivos, siente que no debería forzar en el partido por si se descompensa o agrava sus problemas. La espontaneidad de sus movimientos en la cancha disminuye.
Reducción del disfrute: el entrenamiento, que antes era un desafío y una fuente de satisfacción, ahora tiene una capa de trabajo técnico y preocupación que le resta disfrute. La concentración en los defectos le impide fluir.
Tiempo y foco desviados: esas horas semanales dedicadas a los ejercicios específicos son horas que antes dedicaba a un descanso activo, a practicar más tiros libres, o simplemente a desconectar. Siente que su foco se ha desviado de mejorar su baloncesto a arreglar su cuerpo.
Resultados cuestionables: aunque en los tests específicos de movilidad de tobillo ha mejorado unos grados y siente más consciencia de su glúteo, Álex no está seguro de que su salto vertical haya mejorado notablemente. De hecho, ha empezado a notar una ligera molestia en la rodilla derecha que antes no tenía, quizás por intentar forzar una técnica de aterrizaje que no le resulta natural. Sus dolores lumbares siguen apareciendo esporádicamente, sin un cambio claro.
La intervención, diseñada para ayudar, parece estar generando una nueva capa de problemas o, como mínimo, no está ofreciendo los resultados esperados de forma clara, a pesar del esfuerzo invertido.
Una breve pausa. Nosotros hemos sido los profesionales que han aconsejado a jugadores como Álex un proceso similar ¿y tú?
Sembrando dudas
El caso de Álex, aunque ficticio, seguro que nos resuena de alguna manera. Nos lleva inevitablemente a plantearnos preguntas incómodas pero necesarias sobre nuestra práctica diaria:
Sobre la evaluación y el diagnóstico
¿Estamos realmente identificando problemas que necesitan ser corregidos, o simplemente variaciones individuales de la norma que no tienen un impacto funcional significativo en ese deportista y su deporte? ¿Qué es realmente óptimo? ¿Hay propuestas de intervención universales?
¿Hasta qué punto los hallazgos en una camilla, en un test de movilidad pasiva o en un análisis postural estático, incluso un cambio de dirección, se correlacionan y transfieren al rendimiento o al riesgo lesional en el contexto dinámico, caótico y específico del deporte?
Cuando etiquetamos a un deportista con términos como síndrome X, disfunción Y o desequilibrio Z, ¿le estamos realmente ayudando a comprender su cuerpo y empoderándole, o estamos, sin querer, sembrando semillas de preocupación, hipervigilancia o incluso nocebo?
Sobre la intervención
¿El volumen, la complejidad y la especificidad de los ejercicios complementarios o correctivos que prescribimos son proporcionales al beneficio real esperado y a la capacidad de gestión (tiempo, energía, motivación) del deportista?
¿Estamos priorizando corregir los hallazgos de nuestra evaluación por encima de los objetivos principales y las sensaciones del propio deportista? ¿Entrenamos al deportista o a los resultados de su valoración?
¿Podría ser que, en muchas ocasiones menos intervención sea más y mejores resultados? ¿Cuándo una intervención bienintencionada cruza la línea para convertirse en una distracción, una sobrecarga innecesaria o incluso una fuente de estrés?
¿Consideramos el coste de oportunidad de nuestras propuestas? Ese tiempo y energía invertidos en un ejercicio analítico, ¿podrían haberse empleado de forma más eficaz en la práctica deportiva específica, en un entrenamiento de fuerza más global o simplemente en descanso y recuperación?
Sobre los resultados y el impacto a largo plazo:
¿Nuestras acciones y nuestro lenguaje fomentan la autonomía, la autoeficacia y la confianza del deportista en su propio cuerpo, o estamos creando, sin darnos cuenta, una dependencia hacia nuestras indicaciones, validaciones y supervisiones constantes?
¿Estamos contribuyendo a construir atletas robustos, resilientes y adaptables, capaces de desenvolverse ante la variabilidad inherente al deporte, o buscamos una perfección biomecánica que podría, paradójicamente, hacerlos más frágiles o menos eficientes en su contexto real?
Hacia dónde vamos
Llegados a este punto, es vital reiterar que el objetivo de esta reflexión no es señalar con el dedo, ni mucho menos culpar. La intención de Álex al buscar ayuda era genuina, como lo era la de los profesionales que le atendieron. El quid de la cuestión radica en reconocer la complejidad inherente al trabajo con seres humanos, sistemas complejos adaptativos donde las respuestas rara vez son lineales y donde nuestras intervenciones pueden tener efectos que van más allá de lo puramente mecánico. A esto le sumamos el fomento de una cultura de pensamiento crítico, humildad profesional y aprendizaje continuo, algo fundamental. La iatrogenia, en sus múltiples formas, es un riesgo silencioso que nos acecha a todos los profesionales que buscamos ayudar.
En la próxima entrega de esta serie, exploraremos, a través de nuevas preguntas, más a fondo algunas manifestaciones concretas de la iatrogenia en el ámbito del rendimiento deportivo que quizás pasamos por alto. También comenzaremos a trazar algunas estrategias y principios de actuación que podrían ayudarnos a minimizar estos riesgos, buscando siempre una práctica más consciente, ética y, sobre todo, verdaderamente beneficiosa para nuestros deportistas.
Hasta entonces, te invitamos a que, simplemente, observes tu práctica diaria con estas preguntas en mente:
¿Hay algo en tu interacción con los deportistas, en tus propuestas de ejercicios o en tus explicaciones, donde podrías estar, sin querer, perjudicando en el corto, medio o largo plazo?
¿Qué nivel de certeza tienes de que tus propuestas son adecuadas para ese deportista en ese momento?
¿Es mejor, en el punto en el que estamos, que la mejor decisión es no intervenir?
Un saludo, y hasta la próxima.
Referencias
Iatrogenia. Wikipedia, la enciclopedia libre. Publicado el 8 de abril de 2021. Consultado el 7 de junio de 2025. https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Iatrogenia&oldid=166965993
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